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Zumarraga y Urretxu. Kalebarren, plaza de la sutura

Juan AGUIRRE SORONDO

En 1994, el viejo puente se desmanteló para abrir la nueva plaza Kalebarren. Mediante ésta, Urretxu y Zumarraga consumaban el definitivo abrazo varios siglos postergado por mezquinas querellas de vecindad, aunque fuera a costa de un elemento histórico de gran valor sentimental.

Nos referimos al puente llamado de Zubiaurre en Zumarraga y de Zubi-musu o del Retén en Urretxu, instituido como vía oficial de tránsito entre las dos poblaciones desde el crepúsculo de la Edad Media. Sobrevolaba el río Urola empalmando sus orillas, pero con más frecuencia de la deseada se le miró como la “Tierra de Nadie”, el purgatorio que separaba a los condenados de su amado suelo natal. Y, ojo, que no metaforizo pues, en efecto, los desterrados de Zumarraga y de Villarreal debían atravesarlo para cumplir sentencia en la población vecina, lo que dice mucho del abismo casi metafísico que distanciaba a una de la otra.

Coincidía además el trasnombrado puente con el Camino Real de Madrid a Europa, razón por la que se puede testificar el paso por su andén de santos (Francisco Javier, Juan de Dios), reyes (los Felipes III, IV y V, Carlos IV, Fernando VII, Alfonso XIII), reinas y princesas (Isabel de Valois, Ana y María Teresa de Austria, María Estuardo de Inglaterra, Isabel II), nobles y validos (Juan de Austria, Godoy), héroes de guerra (Zumalacárregui), pintores (Velázquez), escritores (Pérez Galdós, Pierre Loti), y hasta el príncipe César Borgia o el emperador Napoleón Bonaparte en persona, cuya azarosa vida cerca estuvo de terminar aquí de no haberle temblado el gatillo al guerrillero Fermín Pildain en aquella tarde de noviembre de 1808 que pudo cambiar el rumbo de la historia.

Ilustración: Josemari Alemán

Ilustración: Josemari Alemán.

A la sombra del Zubiaurre se curtió en correrías infantiles Miguel López de Legazpi, el conquistador de Filipinas, y a la del Zubi-musu se perdería en ensoñaciones primerizas el bardo Iparraguirre. Hombres los dos de gran vocación humanista, y es a ese título que sus efigies descuellan sobre las plazas mayores de ambas localidades.

Como casi todas las innovaciones, ya en nuestro siglo el Ferrocarril del Urola motivó litigios entre Urretxu y Zumarraga, pero a la postre canalizaría enormes beneficios económicos y se constituiría en médula sentimental de los otamotzak (pues también apodo comparten los de una y otra). El terco rubicón de los dos pueblos empezaba a evaporarse por la fuerza del vapor.

La plaza Kalebarren de Zumarraga-Urretxu ha suturado la frontera que marcaba el puente y el curso del ferrocarril. En su memoria, un monumento en forma de tajamar y de rieles evoca el movimiento de aguas y de vagones, y de paso incita a las generaciones de niños que aquí jueguen a desentrañar las lecciones de la historia, escrita siempre desde la rica diversidad pero con un perpetuo afán de unidad.

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